En este artículo publicado en El Asombrario entrevisto a cinco mujeres que se han abierto camino y futuro en entornos rurales: Eva, desde la dehesa salmantina; María, desde los valles pasiegos en Cantabria; Silvia, desde el interior de Málaga; y Carla y Marta desde la comarca catalana de Ripoll. Demandan más cultura, vivienda y servicios básicos. A su vez, la llegada de nuevas familias al entorno rural español está generando empleo y alternativas de ocio. En el fondo de estas “migraciones inversas” se esconde un anhelo ancestral: la necesidad de reconectar con la tierra y sentir, de nuevo, algo tan sencillo como el paso de las estaciones. 

“¡Buenas tardes! Volvemos a la rutina después del parón por mi maternidad. Vamos a preparar una ternera en estos días, para entregar a primeros de octubre”. Después de algunos meses de silencio, el canal de difusión de Saboreando y Disfrutando me anuncia que ya puedo hacer mi nuevo pedido de ternera ecológica. Quien escribe es Eva, una joven arquitecta que un día decidió dejar su trabajo en la obra para volver a su pueblo de origen, en la dehesa salmantina, y aprender un oficio que conocía tan solo a través de sus amigos de la infancia. “En mi casa no había tradición ganadera, mis padres se dedican a otras cosas, así que me he tenido que ir formando desde cero. Además, soy como la loca de aquí, porque encima que me meto en esto, me meto en ecológico”, me explica entre risas. “Yo empecé en convencional y estuve así un par de años, pero me di cuenta de que no era rentable, tenía muchísimos gastos. Aquí, en la dehesa, donde las vacas pueden pastar libremente gran parte del año, trabajar en ecológico es fácil. Yo, además, estoy cerrando el ciclo porque también me dedico al cultivo de secano y produzco yo misma el forraje para los animales”.

Reconectar con la tierra y las estaciones

El perfil de Eva es cada vez más común en muchas zonas rurales de España: mujeres con formación universitaria, a veces sin demasiados vínculos fuera del entorno urbano, que deciden dar un giro a su vida y reconectarse con la tierra y los ritmos que marca la naturaleza.

“Mi pareja y yo vivíamos en Londres, y teníamos un buen trabajo en la universidad, con un horario decente, bien pagado…, no estábamos en condiciones precarias ni mucho menos”, recuerda María, ingeniera de montes y cofundadora de Tarruco, una empresa hortícola de producción ecológica asentada en los valles pasiegos de Cantabria. “La huerta fue la forma de buscar una ocupación que nos permitiera vivir en el campo y de una forma más respetuosa con el medio ambiente. Queríamos estar más conectados con las estaciones, notar los cambios, hacer en cada época una cosa distinta, no pasarnos el día en una oficina y entrar y salir de noche”. El nombre de Tarruco, de hecho, viene de los tarros de conservas que a esta familia le gusta preparar para disfrutar en invierno de los alimentos que cultivan en verano.

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