La iniciativa ‘No Fly Climate Sci’ visibiliza el conflicto de muchos científicos que no quieren contribuir al cambio climático con sus viajes pero que pueden verse en desventaja profesional si dejan de hacerlo. Lo cuento en este artículo publicado en Muy Interesante.
En el año 2010, el científico climático del Jet Propulsion Lab de la NASA Peter Kalmus decidió hacer el cálculo de sus emisiones de carbono anuales y descubrió que la gran mayoría se debían a desplazamientos en avión. Fue entonces cuando decidió reducir estos viajes hasta eliminarlos por completo de su agenda, y en 2017 lanzó No Fly Climate Sci, una iniciativa a la que cualquier persona o institución puede unirse y así hacer pública su decisión de renunciar a volar.
Al igual que muchos académicos de todo el mundo, Kalmus usaba el avión con mucha frecuencia para asistir a conferencias y seminarios de trabajo y así tejer una buena red de contactos, clave para conseguir colaboraciones fuera de su institución y progresar en su carrera académica. Sin embargo, con ese ritmo frenético de viajes, el investigador caía en la misma incoherencia que muchos otros científicos y activistas climáticos que, por un lado alertan al mundo de los peligros del calentamiento global, mientras por otro viajan en avión de una parte a otra del planeta para realizar sus actividades.
La investigadora en el Instituto de Ciencias Atmosféricas y Climáticas de Turín (Italia), Mara Baudena, también se sentía mal con esta especie de hipocresía climática y decidió unirse a No Fly Climate Sci: “Soy científica, y además trabajo en cambio climático. Me siento obligada a ser un ejemplo para la gente, a hacer pública mi decisión de no viajar en avión”, nos explica. Algo similar le sucedió a Pablo Ruiz, profesor asociado de la Universidad de Chile: “Un día calculé la huella de carbono de mi último vuelo, de Santiago a Edimburgo, y vi que equivalía a diez años yendo de casa al trabajo en coche. Fue entonces cuando decidí dejar de volar”.
Turismo de conferencia
La elevada movilidad dentro del mundo académico no es un asunto despreciable. Este fenómeno, que algunos han llamado ‘turismo de conferencia’, es muy complicado de detener: “la globalización y la competencia regional impulsan a ciudades e instituciones a organizar grandes conferencias internacionales para situarse en el punto de mira”, explican los autores de un análisis publicado en 2001 en la revista Journal of Sustainable Tourism. “Para el viajero individual, estos eventos también ofrecen una vía de escape de la rutina diaria y la oportunidad de conocer otros lugares”.
El coste de esta vía de escape es elevadísimo: por ejemplo, y según un cálculo publicado en Nature, las emisiones causadas en 2019 por los desplazamientos individuales de los asistentes a la Reunión de Otoño de la Unión Geofísica Estadounidense, el congreso de ciencia espacial y terrestre más grande del mundo, fueron de unas 80.000 toneladas de CO2. Esta cantidad equivale, según los autores, al promedio de emisiones semanales de la ciudad de Edimburgo. Y lo mismo sucede con los cientos de grandes conferencias que se organizan cada año en todo el mundo.
Puedes leer el reportaje completo en la web de Muy Interesante