Este reportaje fue publicado en la revista Muy Interesante número 473 (octubre 2020). En él hablo sobre el metano, un gas con efecto invernadero más desconocido que el dióxido de carbono, pero cuyo papel en la crisis climática no es nada desdeñable.

A mediados del pasado mes de julio la revista Earth System Science and Data publicó el esperado informe The Global Methane Budget 2000-2017, elaborado por el equipo de científicos del Global Carbon Project, una organización que se dedica a cuantificar las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI) y sus causas. Los resultados revelan que, desde 2000-2006 hasta 2017 –el año más reciente del que se disponen datos completos–, las emisiones de metano han crecido casi un 10 % a nivel mundial. Cuando hablamos de GEI, inmediatamente pensamos en el dióxido de carbono, el mayor responsable del calentamiento global y sobre el que se ha puesto el foco en casi todas las acciones orientadas a mitigar el cambio climático. Sin embargo, en los últimos años los científicos han empezado a prestar más atención a otros gases como el óxido nitroso y el metano. Este último tiene una persistencia mucho menor que el CO2 en la atmósfera –alrededor de una década frente a siglos–, pero, a su vez, es capaz de absorber muchísima más energía. En concreto, su potencial de calentamiento global es 86 veces mayor que el del CO2 cuando se promedian sus impactos en los primeros veinte años y 28 veces mayor en cien años. Dicho en otras palabras: el metano permanece mucho menos tiempo en la atmósfera que el CO2, pero durante ese periodo calienta muchísimo más.

“Hasta hace poco, las concentraciones de metano y de otros GEI en la atmósfera permanecían estables y por eso no habían sido muy preocupantes”, reflexiona Andreu Escrivá, doctor en Ciencias Ambientales y autor de dos libros de divulgación sobre cambio climático. “El problema actual con el metano es que, además de que las fuentes de emisión antropogénicas están aumentando, las actividades humanas y la mala gestión están provocando desequilibrios en determinados ecosistemas que podrían conducir al aumento de las emisiones desde fuentes naturales, y esos procesos, una vez que se ponen en marcha, son muy difíciles de detener”. Uno de esos procesos a los que se refiere Escrivá es el deshielo del permafrost, la capa de subsuelo permanentemente congelada que ocupa millones de hectáreas de la superficie terrestre y es un importante sumidero de carbono. “En el permafrost, el metano suele encontrarse encapsulado en unas estructuras que se denominan clatratos. Como consecuencia de la subida de temperaturas, esa especie de jaulas se rompen y el metano se libera”, nos explica el experto. “El problema de esto es que se produce un bucle de retroalimentación, porque conforme la atmósfera se calienta, se libera más metano, que a su vez sigue contribuyendo al calentamiento”. El deshielo del permafrost es, de hecho, uno de los puntos de inflexión (tipping points) que se han descrito en relación con la emergencia climática y que, de activarse, serían difícilmente reversibles. Algunos expertos ya se han referido al metano acumulado en el hielo como un gran ‘gigante dormido’ o una bomba de relojería que podría estallar en cualquier momento y ser imparable.

¿Hemos superado ese punto de no retorno? En el caso del deshielo del permafrost, no está tan claro. Por ejemplo, en abril de este mismo año se publicaba un estudio en la revista Nature Climate Change que revisaba las emisiones netas de metano en el Ártico e indicaba que estas podrían estar compensadas por la actividad como sumideros de ciertos microorganismos capaces de oxidar el gas. El análisis realizado por los científicos del Global Carbon Project para su informe sobre el metano tampoco revela una aceleración en las emisiones desde las fuentes naturales (principalmente humedales, lagos, ríos y fuentes geológicas naturales en la superficie de la tierra y los océanos). “Nosotros no hemos encontrado cambios importantes en las emisiones globales de metano procedentes de los humedales, si bien es muy difícil determinar con precisión estos flujos”, nos explica Pep Canadell, científico del CSIRO’s Ocean and Atmosfere (Australia) y director del Global Carbon Project. “Sin embargo, las emisiones de los humedales de las regiones más frías del planeta se están viendo modificadas como consecuencia del calentamiento global. Estos cambios son aún demasiado pequeños como para ser detectados a escala global, pero hay que seguir vigilándolos de cerca”, añade el investigador.

Ganadería: ¿ángel o demonio?

Hasta ahora hemos hablado de las fuentes de metano naturales pero, según las conclusiones del Global Methan Budget, este gas se está acumulando en la atmósfera porque las actividades humanas —principalmente agricultura, ganadería, y combustibles fósiles — lo producen a un ritmo mucho más rápido del que está siendo destruido. Desde hace algunos años, la ganadería está en el punto de mira por ser una fuente importante de GEI. En cuanto a las emisiones de metano en concreto, las más conocidas son las de los rumiantes que lo generan como subproducto de los procesos digestivos, mediados por microorganismos, que tienen lugar en la primera de las cámaras de su estómago. En ese sentido, si bien la ganadería intensiva es responsable de un mayor volumen de emisiones de CO2, la ganadería extensiva libera más metano a consecuencia de una dieta más rica en fibra.  Sin embargo, hay mucha miga detrás de la clásica anécdota de ‘los eructos de las vacas’, y existe una creciente corriente de científicos muy críticos con lo que ellos consideran que es una demonización de la actividad ganadera. Agustín del Prado es investigador en el Centro Vasco de Cambio Climático (BC3) y fundador de Remedia, una red científica sobre mitigación de GEI en el sector agroforestal. “Lo que nosotros estamos diciendo es que hay que considerar cuál es la magnitud real de las distintas fuentes antropogénicas de metano. No es lo mismo el metano biogénico, que se produce como consecuencia de la actividad de los rumiantes y forma parte del ciclo natural del carbono, que el metano emitido por combustibles fósiles”. Es cierto que el metano liberado por la ganadería debe tenerse en cuenta, pues esta actividad no ha dejado de crecer durante el último siglo y lo sigue haciendo a un fuerte ritmo en muchas regiones del mundo, pero lo que este grupo de científicos rechaza es que se tenga en cuenta al mismo nivel que otras actividades de origen humano: “la cuestión es que en los ecosistemas naturales que existirían en los nichos que hoy ocupa la ganadería extensiva hay herbívoros silvestres que también emiten metano”, explica Del Prado. “Ahora mismo en la contabilidad oficial toda la emisión de metano procedente de la ganadería se contabiliza como antropogénica y nosotros pensamos que no es justo. Estamos trabajando para ver qué porcentaje de emisiones procedentes de la fauna salvaje está reemplazando la ganadería y saber así cuál es el balance real”.

El investigador también insiste en que no se puede meter toda la actividad ganadera en el mismo saco, y actualmente trabaja con la asociación Amigos de la Tierra en la elaboración de un informe que se enmarca en la campaña ‘Menos Carne, mejor carne’, que considera necesario rebajar el consumo de carne producida de forma industrial y priorizar aquella procedente de pequeñas explotaciones sostenibles y más respetuosas con el medio ambiente. El divulgador Andreu Escrivá también coincide en esta visión: “al final, la culpa no es de los animales sino de nuestro uso del suelo y del abuso de una ganadería absolutamente industrializada que produce carne de una forma demencial. El problema no es que las vacas emitan mucho o poco, sino que hay muchas vacas”, indica.

Se puede leer el reportaje completo en la revista Muy Interesante número 473