Moverse en bicicleta es una opción económica, saludable, poco contaminante y que facilita el desplazamiento respetando la distancia física.
Uno de los efectos inesperados del confinamiento al que nos sometimos para frenar la transmisión del SARS-CoV-2 durante la pandemia fue la reducción casi total del tráfico rodado en las ciudades y un descenso muy acusado en los niveles de contaminación, que en muchas grandes urbes superaban reiteradamente los umbrales de riesgo que marca la Organización Mundial de la Salud (OMS). No hay que olvidar que la contaminación también mata: se estima que a unas 10.000 personas cada año en España y a siete millones en el mundo. Según la OMS, 9 de cada 10 personas respiran aire contaminado, un hecho que ocasiona graves problemas de salud entre los que destacan neumonías, infecciones respiratorias o cáncer de pulmón.
En España ya hemos pasado, creemos, lo peor de la pandemia, pero el virus aún sigue entre nosotros. No hemos alcanzado la inmunidad de grupo ni tenemos vacuna, así que todavía tendremos que convivir algún tiempo con el SARS-CoV-2 y, por tanto, evitar las aglomeraciones y mantener la distancia física para evitar contagios. A medida que avanzan las medidas de desescalada, hemos visto que el tráfico y la contaminación volvían a las ciudades. Si a esto le sumamos que el transporte público se está retomando con aforo limitado y que muchas personas pueden sentir cierto miedo – razonable- al utilizar el metro o el autobús para desplazarse, parece lógico esperar que se esté produciendo un aumento en el uso del coche privado. Sin embargo, la vuelta al uso masivo de coches entraña muchos problemas: atascos en las entradas a las grandes ciudades, contaminación y emisiones de gases con efecto invernadero que contribuyen a esa otra gran crisis con la que tenemos que lidiar: el cambio climático.
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