En Muy Interesante desmontamos algunos de los bulos e informaciones confusas que circulan sobre la relación entre los murciélagos y el nuevo coronavirus y te damos motivos, no solo para no estigmatizarlos, sino para defender la conservación de estos animales con injusta mala fama.

Hace pocos días, varios consorcios internacionales que promueven la conservación de especies publicaron una nota que alertaba de que, en un esfuerzo equivocado por detener la pandemia de COVID-19, se están produciendo matanzas indiscriminadas de murciélagos en distintas partes del mundo. Algunas de estas acciones, incluso, han sido promovidas por instituciones y autoridades gubernamentales.

“En primer lugar, no hay pruebas de que los murciélagos infectaran directamente a los humanos con COVID-19”, indica la nota, firmada por entidades entre las que se encuentra el Acuerdo sobre la Conservación de las Poblaciones de Murciélagos en  Europa (EUROBATS), dependiente de Naciones Unidas. “Las  investigaciones  científicas  están apuntando  a  una  cadena  de  eventos  que  pueden haber involucrado a los murciélagos, pero muy probablemente sólo a través de un animal intermedio”. Por ejemplo, se baraja noviembre de 2019 como el momento más probable de aparición del brote en humanos, y en esa época los murciélagos están hibernando y por tanto no podían estar a la venta en el mercado de animales vivos que se señala como posible foco de la epidemia.

En segundo lugar, a la hora de hablar de la aparición del SARS-CoV-2 hay dos conceptos que se están confundiendo con mucha frecuencia. Uno es el origen epidemiológico, es decir, cuál fue la fuente de la infección, y otra es el origen evolutivo, es decir, cómo y dónde surgió el virus. Lo que sabemos hasta ahora es que el SARS-CoV-2 muestra un parecido genético del 96,3 % con otro coronavirus llamado Bat-CoV-RaTG13 que fue detectado hace años en una especie de murciélago de herradura (Rhinolophus affinis) en la provincia de Yunnan, al suroeste de China.

“Un 96 % de homología puede parecer mucho, pero cuando traducimos en tiempo ese 4 % que diferencia a ambos virus la cosa cambia”, nos explica Juan E. Echevarría, virólogo en el Centro Nacional de Microbiología (Instituto de Salud Carlos III) y vocal de la Comisión de Sanidad de la Asociación Española para el Estudio y Conservación de los Murciélagos (SECEMU). “Esa distancia genética entre un virus y otro corresponde a entre 40 y 70 años de evolución aproximadamente. Es decir, que si el Bat-CoV-RaTG13  detectado en ese murciélago y el SARS-CoV-2 tuvieran algo que ver o estuviesen en la misma línea evolutiva, que tampoco se sabe, habrían divergido hace entre 40 y 70 años. Esa es la única relación probada que hay hoy por hoy entre los murciélagos y el SARS-CoV-2”.

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